La clase política, la izquierda, parece haber alcanzado, terminada la larga marcha durante la cual se creó la ilusión del Estado de bienestar, su meta, su paraíso, su tierra prometida: la integración en el Estado capitalista, El Estado hegeliano u orwelliano, siempre el Estado, como meta final al que las izquierdas, como el hijo pródigo, vuelve de rodillas en actitud de adoración. El Estado, representación del patriarcado freudiano, al que, atrapada en un sentimiento de culpa por haber sido, en otros tiempos, revolucionaria, vuelven las izquierdas renunciando a la revolución. En este panorama estepario se encuentran atrapadas las contradicciones, antaño dialécticas y por tanto antagónicas, de las clases sociales.