Los Indignados en la Caverna de Platon

Imaginémosnos que la protesta del 15O se hubiera desarrollado en la famosa caverna de Platón. La de la alegoría (República, VII). La historia es conocida: dentro de una cueva se hallan unos pobres desgraciados, con las manos y los pies atados desde siempre, que no pueden moverse sino solo mirar una pared. A sus espaldas, un gran fuego. Entre el fuego y ellos hay un entresuelo donde unas personas mueven unos títeres. El fuego proyecta las sombras de los títeres en la pared dando la impresión de que parezcan seres vivos, enormes y aterradores. Los prisioneros no conocen otra realidad que la donde se han criado y, nada más oir a los titiriteros decir unas palabras, ellos piensan que la voz salga de las sombras.

Con eso de estar sentados en el suelo, en la semioscuridad de la cueva, muchos presos se resfrían. Antes el catarro llegaba, contagiaba a álguien y luego se iba. Sin embargo, en los últimos tiempos, los resfríados y las fiebres se hacen cada vez más frecuentes. Llegan a ratos irregulares, cada vez más fuertes. Además, las sombras reiteran que por culpa de los inquilinos los recién nacidos deberían arrastrar las cadenas por más tiempo y ocupar siempre menos espacio en la cueva. Algún prisonero empieza a preocuparse: hay quién ha muerto, pero a nadie le importa mucho. El asunto no es de su competencia, y siguen mirando las sombras.


Imaginémosnos que en realidad la cueva sea el sistema financiero mundial y que los indignados sean los que han entendido el engaño del fuego y de las sombras. Adelgazados por las enfermedades, han logrado desatarse, con un enorme esfuerzo, al menos de las cadenas a los pies. Empiezan a moverse en el interior de la cueva pero no pueden escapar. Andando por la caverna descubren a otros grupos de prisioneros, que llevaban ya un tiempo los pies libres de las cadenas y predicaban la revuelta. Aquí comienzan los primeros desencuentros. Algunos recuerdan como, años atrás, algunos hombres venidos por el Mundo de Fuera hayan eneseñado la “verdadera luz” y hasta un pasillo que llevaría al exterior de la cueva. Se cuenta que muchos se volvieron ciegos por aquella luz y prefirieron volver a la sombra mientras que otros hayan sido agarrados y molidos a palos. Algunos parece que lo hayan conseguido de verdad, pero ya no se sabe nada de ellos. La mayoría de los indignados, de todos modos, no cree en la historia de la luz fuera de la caverna. Ellos dicen: “Tenemos que unirnos contra el resfriado y hemos de protestar contra los titiriteros que nos han engañado”. En cambio, unos pocos sostienen que el problema es la misma cueva y que hay que primero hay que encontrar la manera de salir de ella.

Además hay que añadir que los prisioneros, sobre todo los que siguen atados, llevan tiempo divididos en dos corrientes políticas: la corrientes de los sombristas, desde hace mucho triunfante, dice que las sombras en la pared representan la verdad; la segunda

corriente afirma que la verdad es el mismo muro, por eso los llaman los muralistas. Bueno! Los indignados ya no saben que hacer con estas dos corrientes, les parece que las diferencias son mínimas. Mientras tanto los prisioneros más jóvenes han sido atados con cadenas más ligeras y a veces hasta coloradas, adornadas con flores y, cuando se murió uno de los mejores decoradores de cadenas de la cueva muchos le otorgaron un aplauso. Pero no nos liemos.

“Qué hacer?”, se preguntan los indignados. “Si damos un paseo tipo pic-nic por la cueva y esperemos que álguien nos note corremos el riesgo de que los titiríteros no nos escuchen.” Se dice que en otras cavernas hubo revueltas similares y que otros indignados hayan intentado apagar fuegos o ensuciar las paredes con garabatos: en ambos casos han acabado molidos a palos. Como para mofarse de ellos, uno de los titiríteros intervino desde lo alto: “Entiendo vuestras razones. Estoy con vosotros. Todos queremos lo mismo”.  “Pero cómo?”, le contestan algunos presos. “Pero si estamos en contra de que tú estés allí arriba proyectando sombras falsas en la pared!” Otros afirman: “No! Nosotros no tenemos nada en contra de los titiriteros, lo importante es que no nos dejen enfermar aquí en la cueva!”.

Incapacez de encontrar un acuerdo concreto, pero todos unidos por un sano sentimiento de asco y rabia, los rebeldes se dividen en subgrupos y, pese a tener aún las manos atadas, se dirigen hacia el centro de la caverna para protestar con los que los detienen allí con frío y humedad. Los pacíficos, es decir la mayoría, piden que dimitan. Nadie contesta. De hecho en la caverna se siente solo un imperceptible retumbar y los titiriteros eligen las imágenes para proyectar.

La corriente muralista, que quiere controlarlo todo manteniéndose a distancia y pasándose de lista, intenta hacer eco a la protesta: “Cuando seremos nosotros los titiriteros os daremos sombras mejores”. “Pero cómo” dicen los indignados, “Más sombras? No estabamos de acuerdo en que las sombras son mentira?”. “Nadie lo dijo”, dicen algunos moralistas, “nosotros decíamos que las paredes son la Verdad: la idea de meterse con las sombras es peligrosa y retrógrada.

Entonces, en la impotencia general, llegan los revolucionarios más sobreexcitados, perseguidos por los prisioneros amigos de los titiriteros que por trabajo han decidido ser policias. Palos de muerte por todos lados pero sobre todo a los pacíficos indignados, que esperaban no arriesgarse demasiado en aquella protesta che quería ser un simple paseo. Otros titiriteros, menos dispuestos al diálogo, gritan: “Habeis visto? No sois capaces de nada. Ahora callad y volved a mirar la pared”.

Al final de la alegoría lo que pasa es esto: la corriente muralista, que iba de calmada y calculadora alejándose de los prisioneros, triunfa y se pone de acuerdo con los titiriteros

para evitar nuevos desórdenes: los más rebeldes entre los indignados serán aislados en especial manera de los que vuelven a ser atados; la humedad de la cueva disminuye porque algunos prisioneros han desaparecido y hay menos condensación; en cambio el frío aumenta. Pero los prisioneros reciben unos gorros de lana y unas mantas con muchos dibujos lindos; empiezan las discusiones sobre quien tiene las mantas más bonitas y los gorros más calientes. Nadie sabe donde acabaron los rebeldes más entregados, si han logrado alcanzar la luz natural o si han sido detenidos. Lo cierto es que ya nadie tiene ganas de hablar del Mundo de Fuera y la utopía poco a poco se deja abrumar por los bostezos.